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El Incendio de Schnitman: reseña de cine
“Recuerdo despertar una mañana y encontrar todo teñido del color del amor
olvidado, y eso también lo he memorizado.” El verso lacónico de Charles
Bukowski, inmortalizado en el poema Memoria, resume en un par de líneas la
primera escena del último largometraje de Juan Schnitman. Lucía yace junto a
su novio dormido y junta el valor para despertarlo mientras se traga, nerviosa, la
angustia definitiva de la mañana. Así comienza El Incendio, la joya argentina del
East End Film Festival que se estrenará en las pantallas de Londres el miércoles
8 de julio.
Lucía y Marcelo despiertan exaltados. Es que ese día deben llevar cien mil
dólares a la inmobiliaria, firmar la escritura de su primera casa y mudarse esa
misma tarde a su nuevo hogar compartido. Pero el dueño de la vivienda que van
a comprar no llega a la reunión de las 11, y deben pasar el trámite para el día
siguiente. Ese suceso de trivial y sin importancia parece ser la inyección letal de
una relación que, ya raquítica y malograda, muestra en sus primeras
interacciones pocas chances de superación.
El Incendio, ese compendio de escenas porteñas, ilustra el itinerario de una
pareja joven que se desintegra a cada instante esperando la cita del día
siguiente. Cada diálogo parece ser el obituaro de su vínculo, todas las escenas
tienen cierta tensión y el trato mutuo es tan violento y desaliñado que al
espectador se le hace imposible creer que alguna vez se quisieron en serio. La
película de Schnitman es la Blue Valentine latina, ya que utiliza su misma lógica
de desgaste, pero con un relato condensado en 24 horas aparentemente
mortíferas. Es heredera del film de Cianfrance, pero sin el elemento
cinematográfico de coming-of-age y con un desenlace más cautivador y crudo.
La historia de Lucía y Marcelo simboliza la resignación (hija de la
postmodernidad) de la corrupción de ese amor eterno de antaño, los diálogos de
pareja “de manual” son intencionales y esa violencia, que bordea el límite del
maltrato físico intenso pero nunca estalla a pleno, es garantía de cotidianeidad,
es la moneda corriente de nuestra era. Su historia no cuestiona los vínculos
actuales, mas bien asevera tendencias y ejemplifica.
La película puede presentarse, bajo cierto cinismo bukowskiano, como una
militante universal del pesimismo amoroso. Schnitman tal vez no quiso
abiertamente generalizar sobre la finitud de las parejas modernas. Tal vez, su
intención no fue sentenciar una condena perpetua, ni mucho menos validar los
hábitos de violencia. Pero este cuento tan fugaz de un lazo que se desintegra en
horas, ese relato de un contrato que se firma sin voluntad efusiva, se siente, por
un instante desolador, como inevitable para todos.